El secreto está en la lana: Innovación e invención
- Liliana López
- 24 mar
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 25 mar

¿Les he contado que llevamos algunos años trabajando de la mano con el sector científico?
Parte de mi labor, es unir las necesidades de la industria con soluciones de la ciencia en proyectos en los que todos ganen. Soy, como una casamentera entre instituciones, donde un problema de la industria, no resuelto por lo existente en el mercado, necesita ser atendido. Sin embargo, una de las dudas más frecuentes que surgen es, por qué a veces, proyectos que ponen sobre la mesa científicos, cuesta trabajo escalarlos. También me he enfrentado a cuestionamientos de personas que suelen tener muchas buenas ideas (y que normalmente se refiere a sí mismo como “muy creativo”), del por qué no es tan sencillo que les ayudemos a pasar por un proceso de matching con empresas.
La respuesta, de mi lado, casi siempre es la misma: la gran diferencia entre una buena idea, un invento e innovación, se basa en la medida que esa propuesta está alineada a una necesidad real del mercado.
En otras palabras, para que algo se llame innovador, no basta el que sea diferente o que cumpla con cierto nivel de creatividad aplicada en la propuesta. El factor monetario importa. Nadie quiere que le salga más caro el caldo que las albóndigas, por mucha hambre que tenga.
Las buenas ideas, las tenemos todos y proceden de todos lados. Las invenciones suelen ser esas buenas ideas, aterrizada a algo tangible (modelos, prototipos, incluso ejercicios incipientes para tratar de comercializar productos o servicios). Ambos se diferencian de la innovación en que no necesariamente parten de una necesidad real del mercado, con un alto nivel de novedad y rentabilidad en su operación, diseño, entrega de valor o modelo productivo. Muchas veces, hay proyectos o investigaciones que surgen de hipótesis de mercado, suposiciones (y hasta malinterpretaciones) de lo que el mercado quiere o se necesita. Otras veces, la necesidad es clara y se constata la deseabilidad de clientes o usuarios, pero económicamente hablando, es caro de producir, operar o comercializar.
Parece irónico que cuando hablamos de innovación, la mente siempre nos refiere a aspectos más filantrópicos o marketeros, y no le damos importancia a la visión de negocio. El romanticismo que conlleva la innovación suele cegarnos al momento de recordar que para que algo sea innovador sí o sí, debe ser mainstream: deseable para muchos, con posibilidad de ejecutar eficiente y eficazmente y, por supuesto, rentable.Y es horrible admitir que el cochino dinero importa muchísimo para el éxito de una iniciativa de innovación. Pero es que es real que en este maldito mundo material (como diría mi madrina, Madonna), necesitamos ser menos románticos y más objetivos sobre nuestras buenas ideas.
En serio, he visto un montón de proyectos increíbles morir o detenerse porque el estudio sobre variables económicas no estaban bien aterrizadas o simplemente no prestaron atención al momento de conceptualizar la solución. Si queremos cambiar al país a través de proyectos transformacionales, no bastan las buenas intenciones. Es necesario educarnos en la mentalidad financiera, para lograr que la innovación escale a realidades y contextos donde se necesita.
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